(www.eloriente.net, México, a 3 de julio de 2017, por Adrián Ortiz Romero/Columna Al Margen).- El Gobierno de Oaxaca parece no terminar de comprender por qué es necesaria una intervención institucional, pero firme, en la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, antes de que estalle una crisis mayor. Hasta ahora, la Secretaría General de Gobierno ha hecho prácticamente nada para mantener en calma la conflictividad universitaria, y más bien ha comenzado a dar peligrosos pasos a favor del cacicazgo del viejo ex rector Abraham Martínez Alavés, e indirectamente también a favor su ralea que permanentemente enrarece el clima político universitario.

En efecto, para entender esto hay que recapitular en el contexto: el año pasado, Abraham Martínez Alavés impuso por cuarta vez su hegemonía política en la elección del Rector. Aislado y desgastado, buscó en la figura de Eduardo Bautista Martínez —un académico del Instituto de Investigaciones Sociológicas, sin huellas de porrismo ni de relaciones con la conocida conflictividad universitaria— una forma de seguir alimentando el discurso académico que le hizo ganar terreno en las elecciones de Francisco Martínez Neri y Rafael Torres Valdés frente a la comunidad universitaria, pero que definitivamente perdió con la decisión de que su propio hijo, Eduardo Martínez Helmes, fuera su tercer creación en la Rectoría.

Pues a diferencia de Neri y Torres, Martínez Helmes no tenía historial ni reconocimiento académico y tampoco méritos políticos: era un burócrata universitario encumbrado por su propia familia, a quien de la nada su padre lo llevó a la Secretaría Particular de sus dos antecesores, como una forma de mantener el control y la información de los movimientos y contactos de los rectores.

Por eso, cuando Abraham decidió llevar a su propio hijo a la Rectoría, con el respaldo de su ya para entonces bien afianzado grupo político, rompió su propio discurso sobre la ponderación de la vida académica sobre el porrismo y la politiquería —con la que había construido los rectorados de Martínez Neri y Torres Valdés, que en historias muy similares rompieron con Abraham para tratar de impulsar a sus propios candidatos a sucederlos— para nutrir la candidatura de Martínez Helmes.

Eduardo Martínez no hizo un rectorado académico, porque no lo era. Por eso, en su gestión se trazaron dos rutas: una, la de afianzarse a través de la relación con el entonces grupo gobernante —Gabino Cué, Jorge Castillo y demás, con quienes habría trabado jugosos negocios en sociedad—; y otra, la de incrementar su fuerza al interior de la universidad a través del control de los grupos porriles.

Fue entonces cuando abiertamente, tanto el Rector como su padre —líder único del grupo político de los Martínez, luego identificados por los propios universitarios como ‘la familia real’— se dejaron ver su relación con grupos porriles y núcleos radicales de la Universidad. Habían perdido, pues, todo interés por cuando menos mantener las apariencias relacionadas con la vida académica para dejarse ver como verdaderos caciques manteniendo su poder a través de la intimidación y la fuerza.

Ese fue el contexto en el que llegó la sucesión de Martínez Helmes. Abraham intentó por todos los medios colar como candidato a Rector a Reynel Vásquez, a quien antes había impuesto —a través de la fuerza, la manipulación, y la cooptación de las masas votantes estudiantiles— como director de la Facultad de Derecho. A punto de confirmar esa decisión, reparó en la discordancia entre el discurso y la realidad. Y por eso buscó lavarse la cara con el impulso a la candidatura de Eduardo Bautista Martínez, a quien ahora busca por todos los medios obstaculizar ante la toma de distancia que éste ha venido demostrando respecto al viejo cacique universitario.

CONFLICTO, ENTRAMPADO

Abraham perdió el control de la Facultad de Derecho el año pasado. No logró afianzar por la vía electoral a su candidato —un conocidísimo porro universitario, conocido en el mundo porril como “el Miguelón”— y por eso lo hizo por la fuerza, descalificando al oponente. Ahí surgió un conflicto que aún sigue latente y dando visos no sólo de riesgo al interior de la Universidad, sino verdaderos bandazos de quienes tienen la responsabilidad del control de la gobernabilidad en el ámbito gubernamental.

¿De qué hablamos? De que la Secretaría General de Gobierno, ahora bajo la conducción de Héctor Anuar Mafud Mafud, ha impedido cualquier posibilidad de interlocución con los grupos universitarios, por su abierta intención de cumplirle los caprichos a Abraham Martínez Alavés. Desde hace un año, y en diversos momentos, la Segego intentó establecer mecanismos de interlocución para tratar de estabilizar ese conflicto en particular, que bien puede ser parte aguas de una crisis mayor al interior de la Universidad, y el ya conocido riesgo que eso representa para la gobernabilidad estatal. Más o menos habían ido encauzando la situación, hasta que Mafud pareció tomar partido a favor de la causa de Martínez Alavés.

Por eso, por ejemplo, la Segego no ha establecido una interlocución equilibrada con los grupos en pugna, y tampoco ha respaldado a la Rectoría en sus intentos por generar una situación de equilibrio temporal mientras se logra destrabar la crisis de fondo. Lejos de eso, a Abraham se le han vuelto a dar los espacios para nuevos intentos de “recuperación” del Edificio Central Universitario. El fin de semana antepasado, cuando se realizaría el examen de admisión en ese recinto en poder de la disidencia universitaria, un grupo de porros —comandado por un compañero más de El Miguelón, y conocido personero de Abraham Martínez— identificado con “El sonrics” trataron de ingresar por la fuerza al Edificio Central.

Ello no habría ocurrido sin la venia oficial. La Secretaría General de Gobierno, mientras, desde hace varios meses no ha intentado restablecer la conducción de ese conflicto, porque cualquier posibilidad de solución pasa, cuando menos, por la renuncia del director Miguel Ángel Vásquez, o por el establecimiento de una Comisión Provisional que tome el control de la Facultad de Derecho y equilibre la pugna entre los grupos que, como puede verse, continúa tan vigente que por eso no pueden recuperar el emblemático Edificio Central Universitario.

Al final, el hecho de no procurar el acercamiento y la avenencia entre las partes; de no impulsar acciones concretas que resuelvan esta crisis que ya rebasa a la Universidad, sólo beneficia a Abraham Martínez Alavés, porque le sigue dando espacios y oportunidades para seguir intentando imponer su cacicazgo a través de la fuerza.

Por eso es muy preocupante que en este caso la Secretaría General de Gobierno no esté cumpliendo con su finalidad de ser una instancia de interlocución para los conflictos, y más bien siga alentando las maniobras de Abraham Martínez, y su grupo político, para mantenerse en los espacios de poder.

CACICAZGO CORROSIVO

Además, esa protección institucional significa implícitamente seguir protegiendo la opacidad que reina sobre el rectorado de Eduardo Martínez Helmes, y los millonarios negocios que, como secreto a voces dentro de la Universidad, se dice que hizo con Jorge Castillo Díaz y otros connotados integrantes de la administración anterior. ¿Así intentan generar gobernabilidad, estimulando la existencia de ese cacicazgo corrosivo?

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